El presente texto pretende ser un esbozo, inevitable y afortunadamente incompleto y singular, de ese acercamiento entre el relato literario —de escritores, poetas, cantautores o grafiteros anónimos— y el mundo de los autismos, donde las palabras no procuran describir un diagnóstico, sino evocar un mundo de emociones. Pero que tienen la fortuna de empatizar con estados de ánimo, con aquellos elementos a los que recurrimos para convivir con los demás y con el propio mundo. Con frecuencia, los profesionales nos hemos valido de textos literarios para explicar mejor realidades de difícil transcripción. Se trata, por tanto, de un reconocimiento a ese encuentro, no siempre deliberado, aunque sí fructífero, en un ámbito donde las palabras dicen y callan mucho.