J.L. Anaya González, Francisco López Muñoz, E. Carmona Álvarez Builla, A.E. Miniet Castillo
Nos complace el interés por parte de Hernández-Fustes et al en nuestro artículo publicado en Revista de Neurología titulado ‘Correlación entre variables clínicas y tomográficas en pacientes con neurocisticercosis. Estudio en una cohorte de pacientes de la Sierra Norte ecuatoriana entre 2019 y 2020’.
La importancia del tema radica en que la neurocisticercosis en la actualidad constituye un problema de salud que afecta no sólo a países de zonas endémicas, sino también a los que se convierten en importadores de pacientes enfermos mediante la migración y el turismo, lo que constituye un potencial riesgo de diseminación de la enfermedad por las características de trasmisión de ésta [1-3].
Según la Organización Mundial de la Salud [4], en 2022, esta enfermedad representa entre el 30 y el 70% de las causas de epilepsia en zonas endémicas, provoca situaciones más graves de orden social y económico, y da lugar a la pérdida de 2,8 millones de años de vida ajustados con discapacidad física, deterioro neurocognitivo e incluso hasta la muerte como principales complicaciones [3]. Cabe señalar que estas cifras varían según el área geográfica, lo que se evidencia en las diferencias de cifras notificadas por los autores consultados.
En el artículo publicado [5] se menciona que las manifestaciones clínicas en la neurocisticercosis son muy diversas, y esto se debe a los diferentes elementos que las determinan, como el efecto de masa de las lesiones, su número, tamaño y localización, y el proceso inflamatorio local que desencadenan, entre otros; sin embargo, sin ser absolutistas, planteamos que estos síntomas se hacen más evidentes en las etapas en que la larva comienza a morir a partir de la fase vesicular-coloidal, y es entonces cuando la respuesta inflamatoria es más intensa, aparece edema perilesional, con la consiguiente liberación de radicales libres, y se estimula todo el proceso de estrés oxidativo, con sus respectivas consecuencias, las cuales han sido detalladas en el texto [6,7].
El artículo forma parte de una serie de publicaciones acerca del tema en cuestión. En esta ocasión no fue el objetivo abordar aspectos relacionados con el tratamiento. Por otro lado, declaramos limitaciones en el estudio relacionadas con la duración y el lugar donde se desarrolló la investigación, y por esta razón no se obtuvo una muestra más numerosa y sólo trabajamos con estudios tomográficos de alta resolución para evaluar la morfología de las lesiones. Éste es un método diagnóstico adecuado, pero no se contó con los beneficios de la resonancia magnética, aunque somos conscientes de que posee mayor sensibilidad. Algunos autores afirman que se recomienda la resonancia magnética sólo cuando los hallazgos de la tomografía axial computarizada no son concluyentes (tomografía axial computarizada normal o con sólo calcificaciones) en pacientes seropositivos [8,9]. Se debe tener en cuenta la disponibilidad de los equipos para realizar estudios de imagen en el contexto de la población afectada.
Reitero el agradecimiento a los colegas por sus interesantes aportaciones que contribuyen a fortalecer la investigación científica en esta disciplina y al grupo editorial que hace posible estos espacios.