La inteligencia artificial ya ha traspasado el reconocimiento facial y se adentra en la identificación de los sentimientos, las motivaciones y las actitudes a través del análisis de la expresión facial y corporal y del discurso.
Existe el riesgo de que los diseñadores introduzcan inadvertidamente sesgos de índole racial, étnica, sexual o cultural en el proceso de aprendizaje de tales programas, que no siempre emitirían juicios acertados.
Esas capacidades incipientes suscitan un vivo debate en torno a la ética y la legalidad de la intromisión en la intimidad más profunda, la del pensamiento.