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Beatriz Salzberg
La infancia parece haberse engranado al frenético y cambiante ritmo social, donde se impone la superficialidad, el consumismo y la uniformidad en detrimento del pensamiento crítico y el cuestionamiento social. La sombría metáfora sobre el futuro que imaginaba A. Huxley (1931) en Un mundo feliz es hoy una amenaza escalofriante en sus peores vaticinios. En este contexto, el psicoanálisis sigue vigente como alternativa para quienes rehúsen sacrificar valores humanos esenciales. Desmitificar la idea de una sociedad utópica significa crear un mundo menos perfecto pero más libre donde la subjetividad humana no se fabrique en serie ni se entienda a partir de variables unificadoras como los genes, la edad, los diagnósticos genéricos o los fármacos ideales. Aceptar que no hay abandono de la infancia sin renuncias, duelos, placeres ni enigmas, implica atreverse a pensar, a sentir y a desear. El psicoanálisis conecta con las fobias, miedos, deseos y ansiedades del niño a través de un lenguaje lúdico, transformando lo traumático en dramático para ayudarle a construir una versión de su propia historia.
