En 1975, David Bloor, profesor de la Universidad de Edimburgo, publicó un breve volumen titulado Conocimiento e Imaginario Social (Bloor, 1975/1988), en el cual lanzaba la propuesta, no poco inmodesta, de emprender una sociología del conocimiento científico que, dejando de lado los veredictos de verdad y falsedad sobre los enunciados científicos, abordara de manera simétrica las causas sociales de tales veredictos. La sociología estaría así habilitada para acceder al análisis del epicentro de la producción científica, en lugar de permanecer en la periferia de los experimentos fallidos y las teorías descartadas, adonde la epistemología vigente la había relegado, al sostener que en ciencia sólo el error admite explicaciones sociales, mientras la verdad es producto exclusivo del juicioso empleo de la lógica racional y del método de observación científico, al margen de cualesquiera condiciones socioculturales circundantes. El programa fuerte, como llamaría Bloor a su propuesta, no sólo abría un campo inexplorado hasta entonces por la investigación social, sino que realizaba una audaz apuesta epistemológica al relativizar el conocimiento científico, considerándolo una producción social.(...)