Antes de la industrialización, las principales fuentes de energía eran la biomasa y la comida. El ulterior predominio de los combustibles fósiles fue acompañado por una disminución del gasto en energía y alimentación como porcentaje del producto interior bruto (PIB).
La fracción del PIB mundial gastado en energía y alimentación alcanzó un mínimo hacia el año 2000, pero desde entonces esa tendencia se ha invertido. Entre otros factores, el fenómeno guarda relación con el envejecimiento de las poblaciones y las infraestructuras.
La proporción del PIB dedicada a energía y comida puede entenderse como un indicador sistémico del funcionamiento de una economía. En particular, las grandes recesiones económicas recientes han coincidido con elevados gastos energéticos con respecto al PIB.