Francesc Palmero Cantero
Uno de los asuntos de menos controversia en la actualidad se refiere a las funciones de las emociones. Es evidente que las tienen, ya que, si no fuese así, habrían desaparecido del bagaje genético de las especies. El hecho de que siga presente esa capacidad denota que las emociones siguen teniendo funciones, siguen siendo adaptativas. Desde un punto de vista estructural, las funciones de las emociones incluyen al propio individuo, al grupo al que pertenece, a la sociedad en la que se inserta el grupo, etc. No obstante, del mismo modo que es evidente que las emociones tienen funciones, también pueden estar implicadas en el desencadenamiento y mantenimiento de trastornos y disfunciones de distinta índole. Esta segunda peculiaridad de las emociones, esto es, la de propiciar o promover la ocurrencia de disfunciones, ha sido debatida durante mucho tiempo, pues era dificil entender cómo un proceso subjetivo, no tangible, podía dar lugar a consecuencias físicas, tangibles. El mecanismo de acción que se propone en nuestros días se fundamenta en parámetros psicofisiológicos, que permiten establecer cómo la subjetividad es la responsable de las respuestas fisiológicas. La excesiva reactividad asociada a la evaluación, valoración e interpretación de un determinado estímulo, además de producir la eventual experiencia de la emoción, desencadena un conjunto de respuestas fisiológicas. La excesiva fracuencia, intensidad o duración de esas respuestas fisiológicas podría ser el factor que permita unir una variable psicológica (las emociones) y un trastorno o disfunción fisiológica.