El estado epiléptico no convulsivo es una patología importante para el neurólogo porque, a pesar de su baja prevalencia, puede confundirse con otras entidades, con las consiguientes implicaciones terapéuticas y pronósticas. El diagnóstico está basado en cambios clínicos, fundamentalmente del estado mental o nivel de conciencia habitual del paciente, y electroencefalográficos, por lo que el electroencefalograma es la herramienta básica que hemos de utilizar ante la sospecha clínica. Existen tres tipos: generalizado o estado de ausencia, con grafoelementos epileptiformes difusos en el trazado electroencefalográfico; focal, con descargas localizadas en una área cerebral concreta y que pueden no afectar a la conciencia; y sutil, con actividad epileptiforme focal o difusa asociada a poca o ninguna actividad motora tras una crisis tonicoclónica generalizada o un estado convulsivo. El tratamiento consta de benzodiacepinas y fármacos antiepilépticos; los anestésicos están indicados únicamente en el estado sutil y casos graves de estado parcial complejo. El pronóstico depende principalmente de la etiología y el daño cerebral asociado.