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Hay en el nombre de Terapia Cognitiva una marca reveladora para escudriñar las condiciones de su alumbramiento histórico. Coincidiendo con el progresivo descontento que el enfoque conductista producía en el campo teórico, y acoplándose a la conmoción, para algunos revolución, que se había desatado en la psicología de los procesos básicos hacia comienzos de la década de los '60 en el siglo pasado, emerge una renovadora perspectiva , el Cognitivismo, interdisciplinaria y no tan sólo limitada a la psicología. En eco de ello, el contexto psicoterapéutico se cognitivizó. Pero en rigor, la psicoterapia cognitiva sólo incorpora unas tibias resonancias del constructo al que toma prestada la divisa anti-comportamentalista. Hay desde luego un apoyo lejano en la metáfora de la computadora (y sus implicaciones filo-antropológicas a lomo de su validez de heurístico), pero se trata antes que nada de algún 'aire de familia' más que de una pertenencia clara. Hasta algún punto podría aseverarse que la clínica de corte cognitivo existiría sin el sustento conceptual de la psicología experimental con ese nombre. Como señala Rachman (1996), la relación entre el campo multidisciplinario de la teoría cognitiva y la terapia acaballada sobre su versión más psicológica ha sido, sobre todo, una expresión de deseo.
