Era tradicional que los jóvenes se proyectaran para superar la situación de sus padres, aun si eran humildes, sus expectativas eran de estudio y de mejor integración con la sociedad. La generación de los últimos años no tiene ya esas certezas. Están ante un futuro en el cual el trabajo es incierto. Muchos jóvenes sienten que están viviendo en un mundo de engaño; reciben promesas que no se corresponden con la práctica. Es el fin del optimismo y, por lo tanto, aparece la vulnerabilidad.
El crecimiento económico de la década de los noventa no generó más puestos de trabajo, ni situaciones de bienestar para muchos sectores de la población. Estamos en un proceso inverso; se acabaron las promesas y lo grave es que no hay una utopía, no hay un mundo al cual aspirar y soñar. Todo se ve negro. Es el mundo del «no se puede».
La violencia es un tema instalado. No pasa un día sin qué nos veamos desolados ante crecientes manifestaciones de agresiones gratuitas que nos ponen ante nuestros ojos todos los medios de comunicación social.
Es llamativo, sin embargo, que siempre se busque un culpable externo y nadie se sienta responsable de perpetuar y transmitir la violencia.
En este contexto el maltrato infantil se ha tornado en un camino frecuente y esta violencia ha dejado y deja profundas huellas en la constitución psíquica del niño.
El relato de algunas experiencias vividas en la vida de nuestro país y de acciones realizadas para operativizar y enmendar distintos efectos, nos han indicado un interesante camino sobre el cual ofrecemos testimonio.
El tratamiento de la agresividad y la violencia en las sesiones de Psicomotricidad, basadas en la comprensión simbólica que ellas traen, la creación de un clima de confianza y de seguridad generan un nuevo modo comunicacional. El análisis del lugar de la autoridad en la sala, la contención, la frustración y los límites en un marco de aceptación, congruencia, con disponibilidad corporal y empatía tónica nos hacen creer de nuevo en las viejas-nuevas utopías.