Introducción y desarrollo. El ictus isquémico es la primera causa de invalidez y la tercera de muerte en la sociedad moderna. El resultado final tras un ictus depende de la celeridad y calidad del tratamiento que se reciba. Por ello, el tratamiento del ictus se inicia al aplicar estrategias para reducir la demora tanto extra como intrahospitalaria en la asistencia médica. La asistencia incluye la estabilización del paciente, con especial atención al mantenimiento de la vía aérea, manejo de la presión arterial y del ritmo cardíaco. La evaluación inicial debe ser rápida y enfocarse al diagnóstico diferencial, estimación del volumen y localización del infarto, así como a la consideración de terapias específicas. Entre ellas, la única aprobada hasta el momento es la trombolisis con plasminógeno tisular recombinante (rtPA) intravenoso en pacientes seleccionados y con un curso clínico de menos de tres horas de duración. La trombolisis intraarterial es una terapia prometedora para pacientes con oclusión de la arteria cerebral media, probada angiográficamente y de menos de 6 horas de duración. Conclusiones. En estos momentos no hay ninguna evidencia que apoye el uso de fármacos antitrombóticos o neuroprotectores para mejorar el estado neurológico. Tras la estabilización y evaluación inicial, el ingreso en una unidad de ictus es aconsejable para reducir complicaciones, completar la evaluación y comenzar la prevención secundaria y la rehabilitación. Las unidades de ictus son en sí mismas una intervención eficaz, pues disminuyen la mortalidad e invalidez. Mientras que actualmente sólo una minoría de pacientes se beneficia de las terapias específicas, el uso de unidades específicas de ictus es una intervención con potencial de impactar positivamente a la gran mayoría de los pacientes