En un contexto de simulación de enfermedad mental no imputable, pedimos a una muestra de sujetos, expertos y no expertos en psicopatología, que simularan una enfermedad mental no imputable en el MMPI al que previamente habían respondido con normalidad. Los resultados mostraron que la simulación era muy accesible (el 78.8% de los sujetos podían simular correctamente), y no se observan diferencias entre expertos y no expertos. Las escalas de control del MMPI, al igual que las configuraciones de las escalas de validez, evidenciaron ser efectivas aunque dejaban un margen de error, al no clasificar como simuladores al 7.5% de los sujetos que habían simulado una enajenación mental incapacitante. Además, en sí mismas pueden ser un indicador débil al dar cabida al estudio de otras hipótesis alternativas. Así, recurrimos a otro método de medida complementario, la entrevista clínica abierta. Este procedimiento resultó ser en sí mucho más difícil de solventar por los simuladores ya que el 58.8% no fueron capaces de simular trastorno incapacitante. Cifra que se elevaba hasta el 71.25% si considerábamos la detección de estrategias de simulación en la entrevista, pero, aun así el margen de error sería desorbitante, el 28.75. En consecuencia, contrastamos el poder de una aproximación multimétodo, MMIV más entrevista. Ésta clasificaba correctamente a todos los sujetos con, al menos, dos medios de detección. Por ello, postulamos la eficacia de una «invalidez convergente» sustentada en, cuando menos, dos métodos de medida de la inconsistencia para etiquetar un protocolo como simulación. Además, para el control de falsos positivos recurrimos de modo complemenatrio al Modelo de Decisión Clínica para el establecimiento de la simulación (Cunnien, 1997) Por último, se esboza una protocolo de actuación en el contexto legal para la detección de la simulación y falsos positivos.