Entre las explicaciones teóricas acerca de la génesis y mantenimiento del sueño, el exceso de activación (somática, cognitiva o emocional) ha sido una de las más significativas, al mismo tiempo que una de las que ha generado un número más considerable de formas de intervención comportamental. La más clásica de ellas es la hipótesis de la activación somática, que asume que los insomnes manifiestan una actividad fisiológica y motora excesiva que antagoniza con la conciliación del sueño. No obstante, no existe mucha evidencia experimental que avale el hecho de que el insomnio sea debido exclusivamente a un exceso de activación fisiológica, sino que se ha demostrado que tanto la activación cognitiva como la emocional también ejercen un papel de extraordinaria relevancia en la génesis y mantenimiento de las dificultades del sueño. Así, una actividad mental excesiva al tiempo de dormir, preocupaciones, pensamientos intrusivos, ansiedad o depresión pueden precipitar y mantener los trastornos del sueño.