El día en que escribo estas líneas se cumple un año desde que perdí a mi padre, y los psicólogos perdimos a uno de nuestros maestros, a uno de los «padres» institucionalizadores de la psicología científica en nuestro país. El lugar en el que escribo estas líneas es su despacho, rodeado de sus libros, manuscritos y recuerdos; el despacho en el que trabajó intensamente los últimos veinte años de su vida, los que asistieron a su mayor producción intelectual.