Postulo que el psicoanálisis puede devenir más coherente y menos especulativo si los psicoanalistas nos esforzamos en comunicar, de una manera clara, cuáles son aquellas teorías y prácticas clínicas que ayudan a nuestros pacientes y cuáles les causan un dolor innecesario. Con el ánimo de predicar con el ejemplo, intento expresar en este artículo algunas de las transformaciones que mis pacientes me han impulsado a realizar tanto en mis teorías como en mi práctica clínica. A nivel teórico empecé aprendiendo que Edipo era un parricida incestuoso, y en cambio en la actualidad suelo centrarme sobretodo en que Edipo fue un niño abandonado por sus padres; al principio veía a Narciso como alguien enamorado de sí mismo, ahora pienso que es alguien que vive pendiente de su imagen para conjurar la amenaza de rechazo y de ser destruido; antes centraba el análisis en los conflictos pulsionales y en la culpa, ahora en la vivencia que el paciente tiene de sí mismo, en la inseguridad y en la vergüenza. En cuanto a mi práctica clínica, antes pensaba que tenía que ser neutral, ahora que tengo que investigar continuadamente mi inevitable participación subjetiva y su repercusión en el paciente; me enseñaron que la frustración era inherente al progreso terapéutico, hoy en cambio pienso que para que exista progreso tengo que poder satisfacer aquellas necesidades de contacto empático que fueron frustradas en la infancia del paciente; y finalmente, he ido observando que las resistencias al análisis no son por temor a tomar conciencia de deseos inadmisibles, sino básicamente por el temor a no ser entendido por el analista. Este trayecto mío hubiera sido más lento y difícil sin la sustentación en la lectura de los autores intersubjetivos y de la psicología del self.