Celia Gallardo Herrerías
El estudio proporciona evidencia de que las intervenciones basadas en la neuroeducación pueden mejorar el aprendizaje de matemáticas en niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA) al mitigar las preocupaciones sobre la carga cognitiva. La efectividad dela intervención radica en su naturaleza multicomponente, que integró apoyo visual con modelos formales de resolución de problemas y estrategias de regulación afectiva. Las adaptaciones permitieron a los estudiantes descomponer conceptos matemáticos complicados en pasos más pequeños, lo que redujo la frustración y mejoró la comprensión. En segundo lugar, el estudio destaca el elemento de las dimensiones emocionales y motivacionales del aprendizaje para los estudiantes con TEA. La ansiedad y el estrés tienden a aumentar la carga cognitiva, lo que se vuelve progresivamente más difícil de manejar para estos estudiantes. Añadir apoyo afectivo a la intervención no solo mejoró el rendimiento académico, sino también la actitud hacia el aprendizaje. Los maestros notaron que los estudiantes eran más seguros y perseverantes en la resolución de problemas matemáticos, lo que sugiere que reducir la carga cognitiva está vinculado a la resiliencia emocional. El hecho de que se observaran ganancias a largo plazo un mes después de la intervención sugiere que estas intervenciones pueden llevar a mejoras duraderas tanto en los dominios cognitivos como afectivos. Este es un hallazgo particularmente crítico, ya que la mayoría de las intervenciones educativas para el TEA conducen a ganancias a corto plazo que no se mantienen en el tiempo. El estudio sugiere que las intervenciones basadas en la neuroeducación, donde la práctica instruccional se informa por principios de aprendizaje basados en el cerebro, pueden tener efectos más duraderos al estimular más vías neuronales para la memoria, la lógica y la regulación emocional. La investigación futura debe investigar si tales intervenciones son viables con diferentes grupos de edad, niveles de severidad del trastorno del espectro autista y temas matemáticos. Además, el análisis de las bases neurobiológicas de tales ganancias ciertamente proporcionará una comprensión aún más profunda de las formas en que la reducción de la carga cognitiva puede beneficiar el aprendizaje. El estudio también tiene importantes implicaciones para el desarrollo curricular y la formación de docentes, y señala la necesidad de oportunidades de desarrollo profesional que capaciten a los maestros para utilizar intervenciones neuroeducativas con estudiantes neurodiversos. Por último, este estudio contribuye al cuerpo acumulativo de evidencia que apoya la educación personalizada basada en la neurociencia para estudiantes con TEA. Al ir más allá de una pedagogía para todos, los educadores pueden crear aulas más inclusivas que inviten a diversos perfiles cognitivos. Los hallazgos apoyan un modelo integrado de aprendizaje académico junto con apoyo emocional y cognitivo, abriendo el camino hacia una educación más efectiva y compasiva para los estudiantes neurodiversos.
The study provides evidence that neuroeducation-based interventions can greatly improve math learning in children with Autism Spectrum Disorder (ASD) by mitigating cognitive load concerns. Cognitive load theory contends that learning is impaired when the capacity of working memory is exceeded, a frequent problem for students with ASD given their inherent cognitive and attentional differences. The effectiveness of the intervention lies in its multi-componentiality, which integrated visual support (such as process diagrams and graphic organizers) with formal problem-solving models and affect regulation strategies. Adaptations allowed students to take complicated mathematical concepts and break them down into smaller steps, which reduced frustration and improved understanding. Secondly, the study highlights the element of emotional and motivational dimensions of learning for ASD students. Anxiety and stress tend to add cognitive load, which becomes progressively harder for these students to manage. Adding affective support—relaxation strategies, praise, and personal encouragement—to the intervention not only improved academic performance but also attitude towards learning. Teachers noticed students were more confident and more persevering in solving math problems, which suggests reducing cognitive load is linked to emotional resilience. That long-term gains were present at one-month post-intervention suggests that these interventions can lead to long-term gains in both cognitive and affective domains. This is a particularly critical finding, as most educational intervention for ASD leads to short-term gains that are not maintained over time. The study suggests that neuroeducation-based interventions, where instructional practice is informed by brain-based principles of learning, may have more long-term effects by stimulating more neural pathways for memory, logic, and emotional regulation. Research in the future must investigate whether such interventions are feasible with different age groups, levels of autism spectrum disorder severity, and mathematical topics. Furthermore, analysis of the neurobiological foundations of such gains —i.e., brain activation profiles during solving—will certainly provide an even deeper understanding of the ways that cognitive load reduction can benefit learning. The study also has important implications for curriculum development and teacher education, and it points to the need for professional development opportunities that equip teachers to utilize neuroeducational interventions with neurodiverse learners. Lastly, this study contributes to the cumulative body of evidence supporting personalized, neuroscience-based education for students with ASD. In moving beyond one pedagogy for all, educators can create more inclusive classrooms that invite diverse cognitive profiles. The findings support an integrated model of academic learning coupled with emotional and cognitive support, opening the way to more effective and compassionate education for neurodiverse learners. These findings must be considered by policymakers and school administrators when designing special education programs so that evidence-based practices are made available to all students who might benefit from them.