A lo largo del proceso de crianza y educación se forman relaciones interpersonales basadas en un compromiso y una implicación emocional entre padres e hijos que van creando y dando forma al clima afectivo y emocional de la familia. Junto a ellas, existen otras relaciones que se ven moduladas por la misión educativa de los padres de socializar a los hijos en las normas y valores del entorno cultural próximo.
Las relaciones interpersonales y el flujo permanente de afectos y emociones ligadas a las otras personas, con las que el individuo vive, le proporcionan la tonalidad afectiva y la impronta moral que, en el fragor del devenir de la vida cotidiana, se convierten en parte de su propia personalidad.
Son necesarias tres grandes condiciones para establecer relaciones personales satisfactorias:
seguridad emocional, apoyo social e intimidad corporal. La educación afectiva pretende ayudar a que niños y adolescentes resuelvan estas necesidades en el marco de un desarrollo afectivo y sexual equilibrado, en el que la autoestima, el control interno, las habilidades sociales e interpersonales y la responsabilidad compartida adquieren una especial importancia.
El ser humano tiene necesidades sociales, afectivas y sexuales que son propias de la especie. En la infancia y la adolescencia estas necesidades se ponen de manifiesto de forma especialmente evidente.