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Fermín Sánchez Benito
Esto del amor, si lo piensan ustedes con detenimiento, muchas veces resulta extraño, no es fácil de entender. Piensen por ejemplo en esa inmortal historia que cuenta el Bardo de Avon. Una historia que casi ninguno hemos puesto en duda, seguramente porque la emoción que genera la hermosura de las palabras que William elige, nos nubla el entendimiento. Pero examinemos esa historia de amor con intención escrutadora: dos adolescentes se conocen en una fiesta;
apenas cambian una mirada lejana que cruza por el aire el salón de baile; unas horas después se produce el segundo encuentro, al pie (él) del balcón (de ella) declarándose amor eterno, arrullados por el canto temprano de la alondra; mañana están casados y pasado mañana uno tras la otra (o al revés, no lo recuerdo) se han suicidado “por amor”.
